TAROT

LEYENDAS CELTAS

UN DIOS CELTA

Onirak Karpón era un joven pobre, leñador, que malvivía de los árboles que talaba, siempre y cuando no le sorprendiesen los dueños de los bosques por donde merodeaba con su hacha, en cuyo caso solían propinarle una buena paliza.

Onirak se quejaba de su suerte. Mejor dicho, se lamentaba amargamente. Cierto día estaba llorando sus penas sentado al pie de un arbusto cuando, de pronto, una tupida humareda se dibujó ante él, casi cegándole.

No crees que más te valdría preguntar qué es lo que \ Yo puedo hacer por ti, ¿eh?

El gnomo también demostró su sorpresa, preguntando:

De veras que no has oído hablar de mí? Negando rotundamente con la cabeza, insistió: No Nunca. ¿Vas a decirme quién eres? una extraña sonrisa apareció en los delgados labios del hombrecillo.

Te lo he dicho, ¿no? Cazlab. Con eso debería bastarte

-¡Por todos los dioses! -exclamó-. ¿Qué está sucediendo aquí?

Tras disiparse la columna de intenso humo vio surgir del centro de ella un hombrecillo vestido de negro, que apenas alcanzaba dos palmos de altura.

-¿Estás muy preocupado, Onirak? El joven leñador se quedó muy sorprendido.

-¿Cómo sabes mi nombre? -preguntó.

-Porque yo lo sé todo -respondió el hombrecillo.

-¿Y quién eres tú que lo sabes todo? -Soy Cazlab.

-¿Cazlab? -arqueó las cejas el muchacho dando muestras de ignorancia y desconcierto.

-¿Qué clase de dios?

-El dios del ingenio -repuso el hombrecillo-. ¿No lo dice nada eso?

-La verdad, no -contestó el joven.

-Con un soplo puedo insuflarte gran parte de mi ingenio.

-¿Y de qué me servirá «eso»?

Sigo sin entenderte. Soy un dios celta menor.

Onirak Karpón parpadeó, demostrando que su confusión iba en aumento.

¡ Ah..., un dios celta! ¿Y qué puedo hacer por ti?

El gnomo soltó una hiriente carcajada.

Onirak, con desaliento, se encogió de hombros.

-Lo mío tiene difícil solución.

-Pero yo soy un dios.

«-Podrás salvar a Lorena.

-¡Por todos los dioses! En vez insuflarme ingenio vas a terminar volviéndome loco. ¿Quién es Lorena?

-¡Pero...! ¿Cómo...? ¿Tampoco has oído hablar de Lorena de Avenzay?

-¡En mi vida!

El hombrecillo permaneció un largo rato en silencio, hasta que por fin decidió hablar, diciéndole:

-Voy a contarte la historia.

Y lo hizo acto seguido.

Le explicó a Onirak Karpón que Lorena de Avenzay era una bellísima princesa druida que había sido raptada de su! castillo por el terrible dragón Zakanorav, el cual quería vengarse del padre de Lorena, porque éste, estando de cacería y para demostrar su arrojo y valor, había entrado en una cueva de la alta montaña cortando las cuatro cabezas de Zakanorev, hijo pequeño del gigantesco dragón.

Zakanorav había jurado vengarse de Icteral II, rey de los territorios druidas del Norte, y finalmente lo había hecho, raptando a la hija de aquél, la bellísima Lorena.

—Icteral II ha prometido que a aquel que libere a su hija de las garras de Zakanorav le será concedida la mano de Lorena y el peso de ella y su salvador en monedas de oro para que puedan vivir felices el resto de sus días.

El problema está en enfrentarse a Zakanorav y cortarle las ocho cabezas que tiene. Lo han intentado ya más de diez caballeros que estaban locamente enamorados de ella, y todos han perecido.

—Lo siento por ellos —Karpón se encogió una vez más de hombros.

Y añadió—: No entiendo por qué me cuentas todo eso, Cazlab, porque tampoco entiendo qué tiene «eso» que ver con mis problemas.

Yo lo que necesito es poder cortar árboles sin que me corran las costillas a garrotazos.

—Tú lo que puedes es rescatar a Lorena.

—¡Pero...! ¿Es que te has vuelto loco, Cazlab? ¿Cómo voy a enfrentarme yo con un dragón de ocho cabezas?

—Sé cómo puedes vencerle, Onirak.

—No me hagas reír, por favor.

Que mi situación es demasiado triste como para andar con chanzas.

—Acabas de poner el dedo en la llaga, Onirak Karpón. El secreto consiste en hace reír al monstruo, porque cuando ríe pierde toda su fuerza.

Tu que eres? —el leñador estaba atónito—. ¿Un o un loco? ¿Cómo demonios conseguiré yo que se ria ese dragón?

(!on el ingenio que yo voy a proporcionarte. Onirak se rascó la nuca.

¿Hablas en serio? Caslab pareció molestarse durante unos instantes, los dioses siempre hablamos en serio, sobre todo -cuando nos dirigimos a los mortales.

¿Quieres o no rescatar a la princesa?

Karpón supuso que realmente debía ser muy hermosa. Luego pensó en el peso de ella y él nivelado con monedas de oro.

Y exclamó: —¡Claro que quiero! —Pues súbete encima de mis hombros. —¡Pero si no podrás sostenerme! —Haz lo que te digo.

Obedeció.

Y el dios menor celta echó a volar llevando sobre sus débiles hombros al leñador lo mismo que si éste fuese una pluma. Se detuvo al cabo de un rato en la cima de una alta montaña que formaba parte de una escarpada cordillera. —Baja.

Cuando Onirak puso pie a tierra el hombrecillo divino le mostró la entrada de una gruta que había pocos metros por debajo de ellos, diciendo:

—Ahí es donde mora Zakanorav. Coge tu hacha y baja. —¿Y qué hago luego?

—Yo te inspiraré. Tú limítate a ponerte frente a la entrada, con tu hacha, y llama a Zakanorav.

—¿Me crees si te digo que estoy muerto de miedo?

—Sí, pero vencerás.

Hizo lo que le decía y, temblando, gritó:

-¡Zakanorav, sal de ahí! ¡Asoma, que quiero ver si eres tan fiero como dicen!

¡Vaya si lo era!

Salió con sus ocho fauces abiertas vomitando más fuego y lava que un volcán en plena erupción.

Onirak tuvo que dar un salto para no ser alcanzado por aquellas lenguas ardientes. Luego, procurando sonreír, dijo:]

-¿Quieres ver cómo aguanto mi hacha con la punta de la nariz?

Zakanorav, que tenía el poder de hablar como los humanos, repuso:

-Eso es imposible.

-¡Pues ahora verás!

Karpón, muy despacio, puso el extremo del mango de madera sobre la punta de su nariz y, de pronto, empezó a dar saltos y efectuar cabriolas, sin que el hacha se moviera tan sólo un milímetro, lo mismo que si la tuviese pegada en su apéndice nasal, mientras gritaba:

-¿Lo ves..., lo ves?

Zakanorav, sin poder evitarlo, estalló en carcajadas.

Entonces Cazlab, desde la cumbre de la montaña, gritó:

-¡Ahora es el momento! ¡Córtale las ocho cabezas!

Onirak echó rápidamente mano de su hacha y, perdido el temor, porque el fiero dargón seguía riéndose a mandí­bula batinte, se abalanzó contra él y, con inusitada energía, empezó a cercenarle aquellas horrendas cabezas cuyas bocas escupían fuego.

Zakanorav cayó de bruces, muerto, bañándose en su propia sangre.

Entonces, temerosa y asustada, Lorena asomó por la entrada de la cueva y, estallando en llanto a causa del ner­viosismo que la acuciaba, terminó refugiándose entre los brazos de su salvador, que no acababa de creerse lo que en poco tiempo le había sucedido.

Me casaré con vos, mi valiente paladín.

Después de que vuestro padre ponga en el otro platillo de la balanza el peso de los dos juntos, en plata y oro Onirak, soltando una carcajada. Añadiendo-:

PERO sois realmente tan hermosa que me casaría igualmente aunque no existiese esa recompensa.

Cazlab les interrumpió desde lo alto de la montaña,

Diciendo:

-Creo que es hora de que me retire... Epera, espera -dijo el joven leñador-. Tengo curiosidad por saber una cosa.

-¿Cuál?

-¿Por qué has hecho todo esto por mí?

-Los dioses mayores me exigían una buena obra para po der entrar a formar parte de su mesa, y te elegí a ti por­ que me dabas mucha pena. Empezaba a cansarme de ver como te molían a garrotazos. Ha sido mi buena obra.

-Así que, gracias a mí, serás un dios mayor, ¿no? -preguntó el joven con mucho desparpajo.

-Y tú, gracias a mí, serás el esposo de la mujer más bella del mundo, además de tener su peso en oro. ¿Quién erees que ha salido más beneficiado de los dos?

Onirak fue sincero:

-¡Yo! ¡De eso no me cabe la menor duda!

-Me gusta que lo reconozcas. Os deseo de todo corazón que seáis muy felices -y desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra.

-¿Quién era ese hombrecillo? -preguntó entonces la bellísima Lorena.

Onirak Karpón, después de pensarlo unos segundos y al tiempo que soltaba una carcajada que retumbó por toda la montaña, exclamó:

-¡Nuestro padrino de bodas!

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